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Albarracín

Cuando accedes por el camino de Teruel o  te acercas a través de la Sierra que lleva su mismo nombre, te aparece en su inmediatez un impresionante y abigarrado caserío colgado en las montañas. Se trata de un agrupamiento sobreelevado de construcciones de colorido terroso dominante, cuyos cimientos parecen prolongarse en la roca sobre la que se asientan. 

Albarracín, la ciudad de belleza sin igual.

Texto y fotos de la Fundación Santa María de Albarracín


 Uno de los lugares más bonitos de España y de los más interesantes de Europa

Destacan en primer plano algunos edificios contundentes, también numerosas torres de iglesias y, entre algunos muros defensivos, el constante de tejados escalonados. Es una primera imagen imborrable que te invita irremediablemente a  acceder y a descubrir el lugar.

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Dentro del caserío la impresión es otra. Como si nos remontáramos en la historia parece que nos hallemos en un reducto del pasado. Así es, nos encontramos con un urbanismo cerrado, de callejuelas estrechas y arquitecturas verticalizadas e irregulares que parecen condicionar tu paso y también  él de la luz del día.  Es el resultado de una perfecta acomodación a la quebrada naturaleza en la que se asienta. El río contornea un escaso y abrupto espacio que, si bien garantizó su defensa en el medievo, limitó su expansión en planta que no hacia las alturas. Desde luego el cinturón amurallado contribuyó igualmente a este lógico encorsetamiento del caserío.

El origen de este enclave histórico está en la ocupación del peñasco central del asentamiento. Fue la familia bereber de los Banu-Razin la que construyó aquí su alcazaba, propiciando un rotundo dominio islámico paralelo a los impulsos crecientes de murallas y castillos secundarios. La naturaleza les dió las pautas para su desarrollo: facilitó su defensa, ya que este encaramado emplazamiento resultó ser casi inexpugnable; garantizó también la alimentación de su población, por contar con una fértil y amplia vega en sus inmediaciones; y por último, le proporcionó los materiales básicos para su edificación, como son el yeso del terreno y la madera del país. 

Los mejores restos islámicos se han encontrado en el castillo principal. Los hallazgos arqueológicos  de este recinto constatan la pujanza cultural, y el empleo preferente del yeso como material constructivo, que ha llegado incluso hasta nuestros días. Salvo en las numerosas iglesias, edificadas bajo el definitivo dominio cristiano posterior, el resto de la arquitectura residencial continúa siendo de yeso y madera. Son en su mayoría edificios identificativos del último periodo de crecimiento de la zona (siglo XVIII),  propiciado por el  impulso ganadero del conjunto de la sierra.

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Esta ciudad ha crecido como todas, al calor de los ciclos económicos del territorio, guardando  sin embargo su primitivo carácter medieval, tanto por el empleo constante del yeso y la madera como por su acomodación urbana y defensiva a la naturaleza en la que se asienta.  El emplazamiento escarpado del núcleo histórico le salvó de la afección del despegue industrial del último siglo, paralela por otra parte a la labor conservacionista de la familia Almagro. En las recientes décadas, el ejemplarizante trabajo de restauración emprendido por la Fundación Santa Maria de Albarracín, han hecho el resto, en pro de la  preservación de su valor histórico. 

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El respeto en el empleo de los materiales tradicionales que la naturaleza  propicia, el respeto a la abrupta naturaleza en la que se asienta, el respeto al rico legado arquitectónico de la ciudad, el respeto cultural que se viene propiciado, el respeto al respeto, es en definitiva el secreto a voces de este increíble lugar que le invitamos a conocer. Las magníficas instalaciones hoteleras con las que cuenta y su rica oferta cultural, le garantizan su disfrute ahondando en el descubrimiento de aquellos otros valores que rebasan lo más tangible y que enriquecen la excepcional fisonomía del lugar. Hay que conocerlo para poder disfrutarlo de verdad. 

La huella, asegura ser imborrable.

Antonio Jiménez Martínez.