REPORTAJE

Educar…

Educar con normas (con muchas normas) fue lo normal durante muchos años atrás, sobre todo en el siglo pasado. Cuando empezaron a desarrollar sistemas pedagógicos en los que se proponía experimentar dando más libertad a los niños, por encima incluso de algunas normas, se alzaron las voces en contra o las que simplemente pensaban que se trataba de una moda. Hoy día, educar dando libertad se ha impuesto en la educación, en los colegios y en casa, pero combinando este sistema con normas y límites, porque los niños los necesitan, primero para sentirse seguros y segundo para saber respetar la libertad y el bienestar de los demás.

Educar… ¿Con normas? ¿con libertad? Con ambas

Por Maika Cano

En el entorno educativo siempre se ha discutido sobre si es mejor educar con normas o educar en libertad. Antes de eso, siglos antes, los filósofos de la antigüedad ya debatían sobre este tema. A finales del pasado año tuvo lugar en Qatar la Cumbre Mundial sobre Innovación en la Educación (WISE Summit 2017 www.wise-qatar.org/summit). Una de las conclusiones que se extrajeron, entre otras muchas, es que en la educación futura serán importantes las tecnologías, la innovación o la capacidad de adaptarse pero también las reglas y la disciplina como parte de esos otros valores “de toda la vida”.

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Y ahí es donde llevan tiempo moviéndose padres y educadores:  entre una educación en libertad o una educación con normas, intentando ser coherentes pero virando hacia una u otra forma según circunstancias personales y defendiendo las ventajas e inconvenientes de una forma u otra según les interesa. Los más jóvenes quizás no tengan ni idea pero muchos de los que cambiamos de siglo habiendo superado la veintena, recordamos bien aquella estricta educación de las últimas décadas del siglo XX.  De ahí que muchos de nosotros hayamos pasado de ser educados de forma muy estricta a querer apoyar todo lo contrario porque lo negativo de aquellas disciplinas ha pesado sobre cualquier otra valoración más objetiva. Para colmo de los males y para rizar el rizo, también son muchos los que practican una educación muy benevolente en casa pero luego eligen colegios a los que les exigen que eduquen a sus hijos con unas normas y una disciplina que les correspondería a ejecutar a ellos en el entorno del hogar.

El resultado es un fuerte contraste que aparece entre aquellos padres que se escandalizan porque en las aulas se deje a los niños en libertad para decidir muchas cosas y luego son padres que en sus casas pecan de una permisividad absoluta con sus retoños. Padres que sobreprotegen a sus hijos de forma irracional, que pretenden evitar que nada les suceda y que como “la vida es muy dura”, mejor que no la conozcan antes de tiempo; padres que les dejan ver imágenes en tv o internet sin control ninguno y luego esperan que los niños las entiendan, que no sean violentos o que no quieran experimentar el sexo antes de saber ni lo que es; padres que premian a sus hijos cuando lo único que han hecho estos niños es cumplir con su deber; padres que piensan que la disciplina solo crea traumas por lo que no hay que corregir nunca al niño, ni castigarle, solo darle caprichos, y evitarle cualquier cosa que no le guste hacer.

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Hagamos un poco de historia

La educación que muchos recordamos comenzaba en casa, donde todo eran prohibiciones, y continuaba en el colegio, creando relaciones autoritarias de padres a hijos y de profesores con alumnos. Al igual que en casa hacía el padre, la figura del profesor se imponía a la del niño, al que sometía o castigaba si no cumplía con lo mandado y ordenado. Faltaba la libertad para elegir, decidir, opinar… Y cuando falta la libertad, el sentimiento que impera por encima de todos es abandonar ese estado cuanto antes, y antes se anhelaba “ser libre por encima de todas las cosas”.

En un gran salto cualitativo y cuantitativo en los sistemas educativos, se empezó a desarrollar una educación escolar lo más alejada posible de todo aquello, llegando incluso a extremos tan opuestos que nos ponen delante escenarios en los que sabemos de padres que increpan y hasta denuncian a los profesores por haber regañado a sus hijos; escenarios con alumnos sin control, dictadores en casa y en el colegio, que se portan mal o de forma irresponsable pero nunca pagan las consecuencias. De nuevo aparece una realidad de la que muchos piensan que “cualquier tiempo pasado fue mejor”.

Y es que la libertad mal entendida es lo que tiene y si se deja que impere sin límites, el resultado tampoco es el que se espera. Conclusión: los extremos demuestran una vez más que no son buenos y se ha pasado de tener a niños reprimidos y ansiosos por la extrema disciplina a niños totalmente descontrolados, dictadores y con muy poca tolerancia a las frustraciones.

Cuando normas y límites no significan disciplina carcelaria

Mucho ha llovido desde aquellas aulas en las que imperaba el silencio, en tiempos en los que los niños solo podían moverse tras una palmada del profesor.

Educar con normas no es malo. Esa actitud de muchos de pensar que sin normas educativas luego todo saldrá bien más adelante es un error. Las normas son necesarias. Las reglas hacen falta a la hora de educar. Los hábitos son buenos y cuando se tienen dan seguridad a las personas, y a los niños más. A veces suponen algo tan simple como el que es otro quien decide por nosotros, y eso a veces no es malo, da seguridad, da una pauta o indica una acción y uno se siente mejor cumpliendo con ella. La disciplina adecuada no debe asociarse con disciplina carcelaria. Los límites tienen un valor positivo que no debería esconderse tras su connotación más negativa. Y no traumatizan, no.

Por eso, lo fundamental es diferenciar entre las normas que ayudan a crecer y madurar, a ir teniendo opiniones propias y capacidad de elegir, y esas otras que forman parte de una disciplina en la que no se puede decir lo que se piensa, en la que el “ordeno y mando” no da lugar a réplica, en la que se impone una cultura del sacrificio como única vía para conseguir algo bueno en la vida. Las normas buenas son las que enseñan a vivir integrados en el entorno, a conocer cómo ser independientes, con criterios y opiniones, las que ayudan a saber cómo tener capacidad de elección y de decisión. Las normas buenas sirven a los niños para aprender a tener herramientas para manejarse en el futuro.

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Cuando libertad no es “hacer lo a uno le dé la gana”

Hace mucho tiempo, siglos se podría decir, se pensó que un niño tenía que estar callado, sentado, sin moverse, sin apenas parpadear. Por eso, cuando ahora se piensa en sistemas educativos donde los niños tienen muchas libertades, donde pueden “hacer lo que quieran”, es normal que se alcen las voces con el famoso “dónde vamos a llegar”. Pero es muy sencillo entender de qué tipo de libertad estamos hablando si queda claro que la libertad en el aula es la misma que hay fuera, en la calle, en la sociedad… si entendemos que fuera de las aulas no podemos hacer lo que queramos, dentro de las aulas tampoco… así será más fácil aceptar que en el aula tendrá que haber normas pero también libertad para actuar, opinar, expresarse, discutir o incluso dejar de hacer algo en un momento para hacerlo después.

Las pedagogías alternativas

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Si prevalece una educación en la que todos son normas, los niños crecen sin tener criterios, e igualmente, los niños que crecen sin normas no aprenden a tener las herramientas adecuadas para vivir en sociedad. Si tenemos normas para convivir y para tener relaciones, lo normal es que en los colegios existan también normas. Los niños tienen que aprender a respetar donde están los límites, elegir qué hacer y tener opiniones, pero sabiendo dónde están los límites.

Por suerte, cada día vemos que los sistemas educativos que se desarrollan intentar aunar las ventajas de las dos opciones con el fin de crear un tipo de educación en la que los niños actúen con libertad, pero con límites: esos niños reconocen al profesor como alguien de quien pueden aprender, al mismo tiempo que alguien que puede protegerles. Sentirnos protegidos es un deseo por todos anhelados en contra de esa otra sensación que despreciamos: sentirnos indefensos, y así es cómo se han sentido muchos niños en aulas en las que no tenían libertad para nada, solo disciplinas, castigos, silencios y malas caras. Cuando el niño se siente en libertad pero seguro tras unas normas y unos profesores, aumenta su autoestima, y eso le lleva a acatar mejor muchas más normas de convivencia o de lo que sea, y a sentir el poder de decidir muchas cosas que sabe que van a ser buenas para su futuro.

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Los nuevos sistemas educativos basados en la libertad significan, primero que es una libertad con límites, no todo vale, y menos si atenta contra el compañero; es una libertad en la que uno decide lo que hacer, cierto, pero aprendiendo que hay unas consecuencias y una responsabilidad de sus actos. Enseñar a manejar esa libertad y esa responsabilidad es lo difícil, de ahí que aún queden muchos colegios en los que siguen imponiendo normas a diestro siniestro, porque es más fácil hacerlo así que enseñar a utilizar la libertad que las personas siempre reclamamos siempre.

Con cada vez menos normas y también sin deberes, ni asignaturas, ni casi libros de texto, ni exámenes, las enseñanzas alternativas empezaron por implantarse en los colegios privados para ir adoptándose cada vez más en los públicos. El colegio Trabenco (Leganés), por ejemplo, es junto a otros 100 colegios parecidos en toda España, los impulsores de un sistema pedagógico alternativo con estas pautas, que nada tienen que ver con el sistema tradicional de toda la vida.

El ejemplo más contundente de la educación más liberal sin duda el que practican los colegios con el método Montesori. Una libertad dentro de unos límites mínimos. Una libertad individual que tiene que respetar el bienestar de los demás. Una libertad que convive con unas reglas. Unas reglas que se concretan en tres muy importantes:

– No dañarse a sí mismo.

– No dañar a los demás.

– No dañar al ambiente

Con estas reglas conviven otras que tienen que ver con la manera de comportarse en el aula. En el proceso, todos cumplen las normas y el ejemplo de unos hacia otros ayuda todos a que se cumplan las normas mejor, y a que se entienda la libertad de una manera muy abierta. Esta libertad se define en libertad de movimiento (los niños se pueden mover por el aula libremente); libertad para escoger (los niños eligen en que quieren trabajar ese día, con qué materiales, o incluso eligen no hacer nada y mirar al resto); libertad para repetir (el niño puede elegir repetir un ejercicio cuantas veces quiera hasta sentirse seguro); libertad de tiempo (el niño puede hacer una actividad el tiempo que quiera); libertad de comunicación (se puede hablar todo lo que se quiera, discutir las cosas mientras se trabaja, siempre sin interrumpir a los demás).

Con el método Montesori hay límites, pero son pocos y muy claros.

Otro ejemplo de sistemas alternativos son los colegios Fontán, reconocidos por la Fundación Telefónica y que llegan desde Colombia, que se están dando a conocer por un sistema educativo sin horarios, un sistema que también agrupa a los niños en clase no por edades sino por nivel de autonomía, o que potencia el que los niños trabajen con su ordenador y haciendo sus tareas individuales en mesas compartidas. Tampoco hay exámenes y los propios alumnos deciden cuando ponerse a prueba sobre lo que saben.

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Enfrentados a todas estas nuevas alternativas están los que siguen pensando que la disciplina y la autoridad de siempre no solo deben mantenerse sino potenciarse: porque los niños no aprenden si no hay esfuerzo e imposición, porque necesitan enseñanzas sistemáticas, porque los profesores son los que deben decidir y organizar siempre y el niño muy poco.

Hay para todos los gustos. Está claro que la educación tendrá que irse adaptando a los nuevos tiempos y que ni el autoritarismo ni la libertad mal entendida son la fórmula ideal para educar a nuestros hijos. Aprender nuevos valores es fundamental pero también mantener los que siempre han funcionado, como el respeto, sobre todo el respeto al diferente ahora que vivimos en la era de la diversidad y las migraciones.

Ojalá que cada día se desarrollen sistemas de educación equilibrados. Necesitamos que se creen las mejores fórmulas porque el éxito de ellas en nuestros niños hará que sean unos adultos mejores, el futuro del mundo.

Ni más libertad ni más normas. A mi hijo lo educo yo

Los homeschoolers son pocos en España, pero ahí están. Los niños no asisten al colegio y son educados en casa por sus padres. La opción no está regulada y es denunciable pero pocas denuncias prosperan porque los jueces, fiscales y tribunales no toman medidas si los niños están siendo educados y no están abandonados. Se habla de más de 4.000 homeschoolers en España aunque no hay cifras concluyentes porque es un mundo que muchos definen como clandestino. Eso en España, porque en países de Europa, Estados Unidos o Canadá es perfectamente legal educar a los hijos en casa si así se quiere. Muchas de estas familias han optado por este sistema, entre otras causas como el bullying, porque lo ven más enriquecedor pero también porque creen que en el sistema actual basado en la autoridad y en trabajar con la memoria no es bueno, ni lo ha sido nunca por muchos años que lleve implantado.

 

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