La empatía es saber ponerse en la piel del otro y acompañarle en lo que siente. Parece fácil ¿verdad? Pues no todo el mundo sabe ser empático, aunque muchos presuman de ello. Es una capacidad con la que se nace pero una cualidad que hay que cultivar a lo largo de toda la vida. Y ojo, tan malo es ser cero empático como serlo demasiado. Pero tranquilos, hasta para eso, siempre hay solución.
Por Maika Cano.
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La empatía es la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de entenderlo, de sentir lo que esa persona puede sentir, de identificarse con su alegría o con su pena, de hacerle sentir que no está sola con su dolor o con su ilusión, de comprender lo que piensa… Hasta aquí todo se entiende perfectamente, pero ¿nacemos siendo empáticos o nos hacemos empáticos?, ¿por qué hay personas que no son nada empáticas ¿por qué hay personas demasiado empáticas?, ¿se puede aprender a tener empatía?
Pues bien, vayamos por partes. La empatía es una capacidad, una cualidad, una habilidad con la que se puede nacer pero que habrá que desarrollar a lo largo de la vida. Precisamente por eso, por el hecho de que se pueda desarrollar, la empatía no es un don sino que está en nosotros de forma potencial y de nosotros depende el uso que hagamos de ella.
El término empatía procede del griego empátheia, que significa emocionado o apasionado, y que fue acuñado y matizado por la Psicología como terapia a principios del siglo XX para definir la habilidad cognitiva o emocional de un individuo para ponerse en la piel del otro: empatía es un «sentimiento compartido».
Como habilidad (psicológica y social), la empatía nos ayuda a saber cómo se sienten otras personas, pero para que sea empatía de verdad debemos ponernos en su piel y comprenderles desde sus propias circunstancias, no desde las nuestras. Seremos empáticos de verdad cuando aun siendo nuestras circunstancias o nuestra forma de ser muy diferentes a la de alguien, somos capaces de comprenderle, de entender lo que siente o cómo se comporta, o incluso de apoyarle en las decisiones que toma.
La empatía también es un valor que nos permite relacionarnos unos con otros, crear relaciones sanas y productivas, hacer que nos ayudemos entre todos y hacer mejor la sociedad. Sin olvidar que la empatía no surge solamente ante la pena de otras personas, sino también ante sus alegrías. Ser empático no es comprender a alguien cuando le pasa algo malo y sin embargo no alegrarme o sentir envidia cuando le sucede algo bueno.
La empatía tiene muchas dimensiones o formas de manifestarse. Puede ser afectiva cuando nos emocionamos al ver qué les pasa a otras personas, cuando nos empapamos y contagiamos de lo que siente el otro, cuando sentimos compasión por lo que le pasa en un momento dado y nos llegamos a sentir mal de alguna manera como respuesta a su sufrimiento. Y puede ser cognitiva cuando el grado de compresión tiene que ver con lo que esa persona piensa, con su estado mental, sus puntos de vista; con interpretar sus deseos, sus intenciones, sus creencias. Es una cualidad más mental que emocional que nos llevaría como a leer la mente del otro y a darle una respuesta a lo que le inquieta.
Evidentemente, la empatía cognitiva es más fría y práctica que la empatía más emocional. Esta, está más relacionada con el mundo afectivo por lo que parece que a priori tiene que existir contacto con las personas con las que empatizamos. Pero entonces, ¿qué pasa cuando nos emociona ver el sufrimiento de los refugiados?, ¿es eso empatía o es sensibilidad o compasión? Veamos algunas diferencias.
La empatía forma parte, junto a otras habilidades, de la inteligencia emocional, otro de los nuevos términos acuñados en el último siglo: un sistema global que nos permite relacionarnos y comunicarnos con nosotros mismos y con los demás desde el punto de vista de los sentimientos. Inteligencia emocional es ser empático, pero también controlar nuestras emociones, tener capacidad de motivación y saber manejar nuestras relaciones, entre otras muchas muchas cualidades más.
Sin embargo, no debemos confundir la empatía con muchas otras cualidades basadas en el afecto y la preocupación por los demás, y que también nos ayudan a relacionarnos y ayudarnos unos a otros, como son la solidaridad, la compasión o el altruismo. Se podría decir que la empatía es un sentimiento que comparte la pena, que acompaña al otro, pero es un sentimiento pasivo mientras que la solidaridad, por ejemplo, nos inclina a hacer algo por ayudar a los demás.
La empatía también se relaciona con otras virtudes como la simpatía, la asertividad, la bondad o el respeto, y hasta se podría decir que muchas de ellas se incluyen dentro de la empatía, y que están ampliamente conectadas, ya que todas ellas tienen algo en común: son habilidades que conectan a las personas, generan armonía, facilitan la comunicación y las relaciones y crean vínculos positivos.
Por último, tampoco se debe confundir empatizar con proyectar. Cuando proyectamos, estamos asociando algo que nos cuentan pero que relacionamos con una experiencia vivida por nosotros. Les entendemos, pero estamos proyectando, no empatizando. Según algunos expertos, es inevitable proyectar de alguna manera cuando escuchamos lo que sienten otras personas; nuestra mente no puede quedarse en blanco. Pero para empatizar, en la medida de lo posible, sí que hay que saber diferenciar entre nuestra experiencia y la de la persona que escuchamos, y centrarnos en lo que la otra persona nos cuenta para darle consuelo o una respuesta que le ayude.
Claro, solo hay que quererlo. Nacemos con un potencial de empatía que deberemos desarrollar y potenciar. Y sí, ese componente innato y ese otro que hay que desarrollar son los que confirman de alguna manera que la empatía está al alcance de todos.
Todos nacemos con un potencial para ayudar a los demás o, al contrario, para replegarnos y pensar más en nosotros mismos. La vida, lo que nos rodea, cada circunstancia, serán los que nos lleven a desarrollar más una cualidad que otra. Influirá por supuesto cómo maduremos, la confianza que tengamos en nosotros mismos y las relaciones constructivas que desarrollemos. Evidentemente, cuanto mejor somos y estemos, seremos más empáticos. Y aún será más auténtica nuestra empatía si nos preocupamos por los demás y empatizamos con ellos cuando estamos mal nosotros o pasando por momentos difíciles.
El uso que se hace de la empatía es diverso: hay personas que pudiendo ser empáticas se vuelven tan egoístas que dejar de ser empáticas, o personas que sienten la empatía pero por su forma de ser o circunstancias no saben cómo demostrarla.
El primer punto de inflexión tiene que ver con la escucha. Para ser empáticos hay que estar dispuestos a escuchar, a abrir la mente, a comprender la vida de otras personas… todo unido, claro. Se puede ser una persona que escucha bien pero lo hace juzgando lo que le cuentan, o interpretando lo escuchado solo desde sus propias circunstancias. Así, no.
Una vez abierta nuestra escucha y nuestra mente y alejados todos nuestros prejuicios, la empatía se puede seguir desarrollando poniendo verdadero interés en lo que nos cuentan, sin interrumpir continuamente al otro; se puede desarrollar haciendo preguntas que le ayuden en su desahogo y sin tratar de ir de consejeros expertos que en el fondo lo que desean es acaparar todo el protagonismo de la situación. Nuestra participación debe ser respetuosa, constructiva, sutil y cariñosa. Observa el lenguaje no verbal de la otra persona, lee entre líneas, sintoniza con su actitud.
Una muestra de verdadera empatía es aquella en la que nuestra actitud y nuestra escuchan ayudan a la otra persona a sentirse mejor porque se ve acompañada, escuchada… nuestra opinión puede esperar, de nosotros se espera sobre todo «que les entendamos».
No olvides que ser empático no es darle la razón a la otra persona en todo, ni apartar tus creencias o decisiones por demostrarle nada a la otra persona. Con la empatía hay respeto e interés pero sin dejar de lado nuestra persona.
Finalmente, aunque la empatía es espontanea, cuando hay situaciones que sabemos que vamos a vivir y en las que queremos ser empáticos, es fundamental que dejemos nuestros problemas de lado, que miremos a la otra persona a los ojos, que nos olvidemos de querer ser los superempáticos del mundo… Y que escuchemos, escuchemos, escuchemos.
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